El J.K. lleva también la firma de Michele Bönan, que se inspira en las reglas del clasicismo contemporáneo, aunando ambientes de los años 50 con un tono exquisitamente masculino, toques animal print y grandes obras fotográficas actualizadas, motivos étnicos e irónicas citas metropolitanas de los 70. Toda una comedia sofisticada que se pone en escena día a día entre un “Club Sandwich”, un cóctel Martini preparado con maestría o una buena copa de vino delante de la chimenea neoclásica negra, cuya colocación corresponde exactamente con la de la otra chimenea de mármol blanco al otro lado de la pared, en el vestíbulo del J.K. Color marfil en contraste con negro brillante o mate, wengué, paredes de un envolvente gris verdoso georgiano, estampas de arquitectura y decoración relajante y sutilmente chic, de perfecto déjeuner en ville.
Sin embargo, al ir bajo tierra todo cambia de repente. Michele Bönan ha concebido aquí un ambiente para antes y después de cenar totalmente blanco, con una sucesión de sofás en los dos lados largos, que se puede reinventar cada vez mediante un fascinante juego de luz y color. Un espacio seductoramente underground y wild pop, fascinante e inesperado. Mientras que en la planta superior podemos imaginarnos sentados a la mesa a los duques de Windsor, a la sublime Audrey Hepburn, a una estilizada Capucine con traje sastre de Chanel, a Fiona Thyssen y al cáustico Truman Capote, aquí abajo afloran los esplendorosos años 70 y 80 neoyorquinos del Studio 54, la época dorada ya perdida de la música disco, el excitante y heterogéneo paraíso de Halston y Bianca Jagger, de Liza Minelli y Francesco Clemente, el encanto imperecedero de Nan Kempner y la radiante sensualidad de la felina Grace Jones.